Un lugar al que nos llevó mi papá, fue a las dunas de Te Paki. Las dunas más grandes de Nueva Zelanda.
Yo, la verdad, no me imaginaba ni qué íbamos a hacer ahí. Pensaba que sólo miraríamos los cerros de arena y nada más. Y cuando llegamos ahí, vi que el lugar era un completo desierto de textbook. Para donde quiera que uno mirara sólo había arena, y era una sensación muy extraña, porque yo nunca había visto tanta arena en un lugar que no fuera la playa
No solo vimos las dunas, sino que las subimos. Es decir, que escalamos un cerro de arena a la velocidad de un caracol. Bueno sólo yo iba muy lentamente, mi papá y mamá, que tienen mejor condición física que yo se tardaron menos en subir.
Pero aunque me tomó dos horas llegar a la cima, fue sorprendentemente satisfactorio alcanzarla. Cuando llegué arriba ni siquiera me importó el hecho de que no había nada, sólo más arena... yo tenía la vaga esperanza de que hubiera una nevería, pero no había tal. Por fortuna mi papá traía una cerveza que me cayó muy bien porque hacía mucho, pero mucho calor, y después de dos horas de caminar en la arena fue muy refrescante.
Al día siguiente, por supuesto, no podría caminar. O más bien, caminaba como robot, toda tiesa por el ejercicio tan pesado que fue para mi subir las dunas. Pero creo que de todos los lugares que visité en este viaje, este fue el que más me gustó, por ser algo completamente inusual y diferente.
