The Idle Hour Club

29.4.06

Turisteando con Dan Brown

Terminé de leer The Da Vinci Code, y un montón de preguntas inundaron mi cabeza. Preguntas relacionadas con quién soy yo como persona, y más específicamente, quién soy yo como turista.

La cosa es así: al principio de la historia, el protagonista Robert Langdon va al museo Louvre de París después de que éste ha cerrado, a petición de la policía. Lo que la policía quiere es un poco de ayuda para resolver un misterioso asesinato, lo cual está muy bien, sólo que el protagonista es más bien catedrático y no tanto un investigador. Por ello, al llegar al famoso museo, Langdon se lamenta de que su visita no sea de placer: hay tantas obras y esculturas que le gustaría admirar, que en verdad le parece una pena que todo ese arte esté ahí, tratado por una noche como evidencia y no como las obras maestras que son.

Dan Brown hace una descripción de las áreas que recorre Langdon para llegar a la escena del crimen, y yo, en mi mente, las podía ver de manera borrosa. Yo una sola vez fui al museo Louvre, hace unos ocho años. Fui, como sólo una niña de 17 años va a lugares así: por obligación. Mi papá me había pedido que fuera al museo que tanto le gustaba a él, y yo pensé, claro, en París es casi tan obligatorio ir a ver a la Mona Lisa como ir a la Torre Eiffel, o al Arco del Triunfo.

Fuimos al museo mi hermana Ana y yo, y después de convencerme de que los franceses son lo peorcito que hay en Europa (tuve que discutir con el vendedor de boletos del museo para que me hablara en otro idioma que no fuera francés), entramos al lugar. De ahí, recuerdo vagamente algunas cosas, como un patio lleno de esculturas y escaleras, o el corralito donde tenían a la Venus de Milo. Recuerdo el lugar donde estaba la Mona Lisa, que estaba lleno de gente e imposible de tomar un foto, porque el empuje y jaloneo de la plebe estaba al por mayor. Y recuerdo... no mucho más.

Y las preguntas que me asaltan son dos: ¿qué es lo que me pasa? ¿cómo es posible que de esa visita, eso sea todo lo que recuerde?

Con inmensa tristeza, no me queda más que admitir que desaproveché una bonita oportunidad de aprendizaje. Y lo que es peor, también perdí los recuerdos de las cosas que sí aprendí, pero eso es porque tengo la peor memoria del mundo, casi como la de Guy Pierce en Memento.

Pero ahora, gracias a la curiosa novela de Dan Brown, me he dado cuenta de ese error que cometí en mi juventud y que todavía estoy a tiempo de corregir. El gameplan es: revisitar París con Pedro, y llevar una cámara para tomarme una foto con cuanta obra me guste, o al menos una libretita para apuntar sus nombres. Así, espero poder aprovechar más mi segunda visita a los museos de París. Nunca había sentido un deseo en particular por regresar a París, y parece que ahora sí tengo una razón para volver.

***
Ahora, mi reseña:
The Da Vinci Code es el libro que me hizo querer ser mejor turista, y eso es lo único que puedo decir de esta novela.

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