The Idle Hour Club

18.7.06

La aventura de Rotorua


En Rotorua, el penetrante olor a huevo podrido me golpea en la cara en el momento en el que me bajo del carro. Me explica mi papá que dada la actividad térmica del área en la que estamos, la ciudad entera huele a azufre. Por eso es que cariñosamente la gente se refiere a Rotorua como Smellyrua o Rottenrua.
Lo bueno es que después de un rato, el olor se va olvidando. Al cabo de unas horas ya ni siquiera lo percibía y fue un alivio el no tener que encontrarme de nuevo con ese olor tan desagradable.

Se me olvidó pronto lo del olor de la ciudad porque yo estaba demasiado cansada y cuando llegamos al hotel en lugar de ver el cuarto entero yo solo veía una cama gigante que me llamaba con sus brazos de sábana para que me acostara en su regazo mullido. Mi papá se compadeció de mi y me dejó descansar un rato antes de salir a la aventura de Rotorua. A las dos horas, con la pila medianamente recargada, salimos rumbo a Te Puia.


En Te Puia se encuentra el valle Whakarewarewa: aquí se encuentran diferentes manifestaciones de la naturaleza termal del área. Si no es un geyser, son las mudpools (¿albercas de lodo?), los lagos de agua azul azul, caliente caliente, o lo que mas me gustó: el área de las piedras calientes, donde te puedes sentar o acostar. Así platicado, la verdad es que no suena impresionante. Cualquier día de verano el sol de Monterrey caliente bastante las banquetas y las calles. Pero este fenómeno natural se aprecia mucho más cuando el clima es frio: el calor que emana de las piedras es reconfortante en extremo. Me acoste en una de esas áreas y casi me quedo dormida de nuevo.

Pero no había tiempo para dormir, debíamos recorrer el valle para llegar a la otra maravilla de Te Puia: El concierto de mediodía. Éste trata de acercar un poco al turista común a la cultura de los nativos de Nueva Zelanda. El espectáculo dura como una hora, y en él te van explicando diferentes aspectos de la vida de la gente maorí. Me pareció impresionante el hecho de que tantas canciones se hayan preservado en su lengua original, y que por medio de estos shows (que hay muchos en todos lados) se puedan seguir conservando.



Saliendo de Te Puia nos fuimos rumbo al farm Show. Desafortunadamente el que mi papá eligió estaba cerrado por reparaciones, así que mejor cruzamos la calle y nos metimos al Luge. El Luge son unas pistas en las que te paseas en carrito tipo avalancha. Es como si fuera una pista de go karts, sólo que en el luge vas bajando una pendiente pronunciada. Además, las pistas atraviesan un bosque, así que la vista es muy especial. Fue un paseo emocionante y tanto mi papá, como deby y yo nos subimos 5 veces :P



Lo más increible del parque donde estaba el luge fue el ya famoso columpio, emocionante como sólo una caida de 50 metros puede ser. Pero al mismo tiempo es tanta la emoción que sentí, que se me terminó la poca energía que quedaba en mí.

De todas maneras, ya eran las cinco de la tarde, hora en la que el sol de Nueva Zelanda se pone en el invierno, así que nos llegó el momento de comprar una pizza y regresar al hotel a dormir. Por que mañana... ¡al Farm Show!

1.7.06

Welcome to NZ


New Zealand, land of opportunity

Hace un año que mi papá se fue a trabajar a Auckland, Nueva Zelanda y desde entonces, sólo una vez ha venido a Monterrey. Nueva Zelanda está tan lejos, que es imposible para él regresar a Monterrey cada 3 semanas, como lo hacía cuando trabajaba en Colombia.

Por eso, aplicando el principio de Mahoma y la montaña, Monterrey fue a Nueva Zelanda. Primero mi mamá, que se quedó casi 2 meses por allá, y luego mis hermanas. Ana se quedó una semana, Débora todavía está allá y creo que se regresa hasta principios de agosto.

Yo fui una semana a Nueva Zelanda, e incluso cuando ya había ido y regresado, todavía no me la creía de que en realidad ese viaje había pasado.

Todo empezó con una conversación con Pedro que fue del tipo "que pasaría si...". Muy pronto, los obstáculos que había en el camino se fueron doblando uno a uno. ¿Permiso de Pedro? Check ¿Pedir vacaciones? Check ¿Conseguir boleto de avión? Check.

Y así, un jueves a mediodía ya estaba en el aeropuerto con una maleta grande y una chiquita, lista para irme a Auckland. El viaje estuvo lleno de pequeños detalles que me fueron quitando el ánimo. El primer avión al que me subí era tamaño miniatura y ahí me dieron la mitad de una coca sin gas. Llegando a Dallas no sabía que hacer con mi maleta. Llegando a LA me di una perdidota increíble, no sabía ni donde estaba ni a dónde tenía que ir, no agarré mi maleta y temí que se fuera a perder, hasta que un señor muy amable que me vio tan perdida me hizo el favor de tomarme de la mano y llevarme a donde debía de ir. Poco le falto al señor para colgarme uno de esos letreritos que dicen "Menor viajando solo". En el avión de LA a Auckland, me tocó en medio de dos australianos a quienes no les entendía nada y además me toco a un lado del baño. Esa última parte del viaje, que duró unas 12 horas se sintió como de 20.

Llegando a Auckland me detuvieron los de migración porque no tenía mi boleto de regreso y yo debía demostrar que no me iba a quedar toda la vida en Auckland. Me mandaron a buscar mi maleta y yo estaba ya convencida de que se había perdido, de que no me iban a dejar entrar al país, y que en ese mismo momento me tendría que regresar, sentada de nuevo entre dos hombres de fuerte acento y a un lado del baño. Sí me dejaron entrar, pero me hicieron pasar mi maleta por los rayos equis y me cuestionaron el contenido de esos botecitos de mole que llebaba yo, de un Pulpadip y de una bolsita de piñitas con chile. Y yo, cansada como estaba sólo se me ocurrio decir del mole que era "like hot sauce" y de los otros dos articulos que eran "candy". Sí pasé la prueba, porque después de eso me dejaron ir sin más preguntas.

Sólo que para esto, después de casi 21 horas de viaje, yo estaba cansada, con hambre, sin esposo y sin saber qué estaba haciendo yo tan lejos de mi casa, en un lugar donde la gente hablaba demasiado rápido y en lugar de hacer calor hacía mucho frío.

Pero cuando pasé por la última puerta y llegué a la sala de espera del aeropuerto, ahí estaba mi papá, con una sonrisa en la cara y los brazos abiertos. Entonces se me olvidaron todos los percances del viaje: sabía que todo había valido la pena con tal de estar ahí en ese momento. Y supe que los siguientes días que iba a pasar en Nueva Zelanda, iban a ser maravillosos.

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